Diario de cuatentena
Parte X: Carnicería Descartes


07 de abril

Llegué al sanatorio junto a mi hermana. Sobre el sillón de la 4## sólo estaban la mochila de papá y las toallas que mamá había usado, seguramente, durante la noche para limpiar alguna pérdida de la “bolsita” de ileostomía. La cortina del ventanal estaba baja y el ambiente grisáceo azulado contrastaba con la calidez de los pasillos.

“Entró al quirófano a las 10” “¿Pero ustedes no sabían nada de esta intervención?” “No. Un enfermero entró esta mañana y ahí nos enteramos” Ahí estaba la respuesta a mi pregunta. No, no había tal frescura. Mi papá estaba tan aturdido por las operaciones, los cuidados y las noches sin dormir persiguiendo el brillo de las gotas de suero. Vi la imagen: un hombre cano cabeceando fuerza sus parpados a permanecer abiertos una y otra vez y cabecea y a los minutos despierta repitiéndose una tarea imposible: “no dormir”.

“Le están conectando una válvula por donde le van a pasar la quimio” dijo mi papá y fue como si un viento desprendiera las flores de un prado. Miré hacia afuera y dije a no sé quién “Esto es a lo que no hay que llegar” Por mi mente pasaron imágenes-torbellino, superpuestas, confusas: el cuerpo de mi madre perforado por agujas, abierto con bisturíes una y otra vez, inyectado con químicos blancos densos como un yogourt; marcado: brazos con hematomas grises, verdes, azules, morados. “Que invasivo que es todo.” Cuando la anestesista me sacó una sonrisa y me sacó de la carnicería, miré a mi papá que estaba sentado de brazos cruzados, como abrazandoce, mirando a alguna parte “¿Hablaste con la oncóloga? Quiero hablar con la oncóloga. Quiero saber como va a ser el tratamiento.” A las 11 30 la cirugía había terminado y el médico cirujano salió a dar el informe a la sala de espera. Delgado y calvo, metro setenta, vestía de verde y de la mochila le colgaban dos ganchos de escalada naranja. Relajado y expeditivo, dijo: “Es algo menor, superficial.” Hablaba de una intervención que había requerido de anestesia total.

¿Dónde queda el ánima para los médicos? Pregunta hipotética con la que Elizabeth de Bohemia cachetearia, en mi novela filosófica, a un René Descartes invernal y reticente, embustero y cobarde ¡Al temblor del cuerpo se responde con el cogito! “Cómo es que el movimiento afecta al pensamiento? Y a la inversa, señor Descartes ¿Como es que el pensamiento afecta al movimiento? Pues entonces existiría una relación física que conecte a la res extensa con la res cogitans ¿Habría una materialidad del espíritu? Porque solo lo físico toca lo físico” Y el profesor Descartes siente la provocación y temeroso del fuego de la hoguera, temeroso de extraviar el buen camino (método) ruega “detenga, por favor, estas cartas y sepa que usted ha encontrado incongruencias en mi pensamiento y mi sistema.”

Entré a la habitación 4##; mamá tenía los ojos cerrados y el cuerpo endurecido. Agarré su brazo izquierdo y lo masajee. Tenía los labios secos. “¿Sentís la anestesia?” Me respondió que no girando levemente su cabeza. “Te levanto un poquito la cama, queres?” “Un poquito. No me quiero mover mucho. No quiero que se me salga la vía.” Una enfermera abrió la puerta, se paró al lado de la cama y miró fijamente a la paciente, posó una de sus manos sobre la pierna derecha que estaba debajo de la sabana “Estas bien? Aflojate” La paciente no respondió ¿Se le habían dormido las palabras o ya estaba cansada de responder las mismas cosas? “Si necesitas algo me avisas” La enfermera salió y entonces “Má, aflojate, estás muy dura. Hagamos un ejercicio” “No sé si voy a poder. Mi cabeza. Mi cabeza va a mil ¿Qué hora es?” Le pedí que se hiciera masajes a la altura del abdomen. Levanté las cortinas de la habitación “¿Cuando va a terminar todo esto?”

¿Queres agua, labios partidos?
No
¿Música?
No
El hígado es el órgano de la vida. Hablate con ternura.
Es difícil. No soy tierna.
No me digas tus palabras, háblale a tus órganos con amor.
Y con la lágrima llegó el alivio
y con la lágrima llegó el agua al mineral
y limpió las piedras
y ablandó los suelos
y las plantas soltaron sus aromas al viento.

Mamá miraba los reflejos en el techo proyectados por una botella de agua mineral al lado del ventanal. Le cubrí los pies helados con una manta y salí al pasillo; mi cuerpo se había llenado de tensiones.

La biopsia se retrasó. Después de las 4 de la tarde, un enfermero entró a la habitación y pidió “necesito que me firmes el consentimiento” Ella firmó y mientras seguí con detalle el movimiento de sus gestos, no podía dejar de ver todo bajo el prisma de la crueldad sobre los cuerpos. Si yo no soportaba más todo lo que pasaba allí ¿Qué le pasaría a mi madre? Mi cuerpo era un infierno de tensiones. Tuve ganas de decirle que escaparamos y me imagine una escena huyendo con mi madre en baton, descalza; pero en lugar de eso “Esta es la ultima y despues te vas a casa.” Mentí, sobre la inseguridad mentí ¡Qué fácil es construir un enunciado, que dificil es creerlo!

Cuando trasladaron nuevamente a “la paciente” a su habitación, tenía tres pinchazos debajo de su teta derecha, tres pinchazos que habían llegado hasta su hígado “Tenes que quedarte apoyada para ese lado porque el hígado supura un poquito”. Con las salidas y entradas al quirófano, mi madre se había transformado en un trozo de carne para examinación profesional: acurrucada sobre su lado derecho, en silencio endurecida debajo de las sábanas antibacteriales blanco verdosas para mi había una persona, la persona que me había gestado y ayudado a vivir los primeros años de vida ¡Cuánta crueldad! No supe qué hacer. Me quedé callado hasta que una vez más, la puerta de la habitación se abrió: una mujer de pelo negro lacio, cejas anchas, mirada intensa de ojos oscuros; vestía prendas verde inglés y un saco negro como sus zapatos con plataformas; 37 años, tal vez. Le pregunté “Disculpame, tu especialización?” “Yo soy oncologa” Ella y mi mamá conversaron “El 27 ves a tu oncólogo” dijo con una dicción sorprendente y tono decidido “y a partir de ahí vas a seguir tu tratamiento. Fuerza Gloria, mirá que es largo.” Se notaba carácter en su voz “Todo va a ir bien y en poco tiempo vas a mirar esto de costado.” Mamá no decía nada, sus palabras se habían retirado junto con su ánima; solo pudo decir “Esperemos” “Estas muy dura, te va a hacer mal” Y la tocó. Le quise hacer unas preguntas y mamá pidió “No te ofendas, pero vayan afuera por favor.”

Al hablar, la oncóloga se sacudía el cabello azabache y yo podía ver sus aros plateados triangulares. Me respondió vagamente y me saludo con un guiño de ojo que terminó de componer su belleza.

“Vamos a mover las piernas má” Puse algo de música en spotify y comencé a hacerle una inducción al tiempo que le movía las piernas rítmicamente. Cuando se relajó la guíe en un sueño hacia el encuentro con Venus, a la vida, al poder creativo anidado en su cuerpo energético. “Quiero volver a Bariloche, a los lagos” dijo al levantar sus párpados, luego del trance. “Tenes que reconectar con todo lo que te guste y celebrar por dos: tu nacimiento y la oportunidad”.

Por la noche sentí la necesidad de levantar la opacidad del asunto: “A mamá le sacaron un tumor canceroso y las células pueden retornar. Lo que se viene es difícil. Hay que estar preparados emocionalmente”, le dije a mi abuela.

El día me había tomado por el cuello. Sentí el infierno en mis nervios. Necesité correr hasta que la noche se hizo aire.



Continuará…